Hola aita:
Ya sé que han pasado muchas semanas desde
la última vez que te escribí, pero estos meses han sido un tanto movidos.
Fíjate que ahora mismo estoy escribiendo esto desde el Centro San Viator, muy
cerca de Lima. Sí, Lima, Perú.
Ya ves, todo ha cambiado desde que te
fuiste, tanto que la “gallina” de tu hija por fin se ha atrevido a salir del
nido. Hay acontecimientos en la vida que hacen madurar de golpe, y desde luego,
aquel jueves fue uno de ellos.
Antes de contarte qué hago aquí, quiero
felicitarte, ya que cumplirías 63 años. Ya es el segundo que lo celebramos sin
ti y es un poco raro, pero nos tenemos que acostumbrar, que remedio.
Pues eso, que llevo ya tres semanas en
Perú. Estoy como voluntaria con un grupo de educadores y comunicadores que trabaja
en un barrio de un distrito de Lima. Los profesionales del centro se dedican a
tratar de mejorar un poco la vida de los niños, jóvenes y madres del entorno, y
la verdad que tiene un mérito terrible, lo que viven en su día a día los
usuarios del centro es muy duro.
¿Sabes para qué me está sirviendo esto?
Para darme cuenta lo afortunada que he sido, y soy, de tener una familia como
vosotros, y que a pesar de todo lo que nos ha tocado vivir, el amor y cariño
que he recibido de ama y de ti no tiene precio.
Ya me voy a ir despidiendo. Pero antes
quiero decirte que me hubieras venido muy bien para ayudarme a convencer a ama
de que la idea de irme tres meses a 1000 km no era tan descabellada. Seguro que
te imaginas cómo lo ha pasado desde que le dije cual era el plan de este
verano. Tú le hubieras dicho: “Deja a la niña que haga lo que quiera”. Hubiese
sido más fácil.
Te echo de menos, aitatxu.
Te quiere, tu perla del Cantábrico.
Aitziber.